mentefacto la educacion como derecho humano

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a continuacion se presenta el mentefacto de este importante tema para concevir informacion acerca de los derechos que se nombran en el libro para con la educacion
Karen Julieth LOZANO RIANO
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Karen Julieth LOZANO RIANO
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  • C. 2  ÉTICA Y MORAL
  • REALIZACIÓN DEL HOMBRE Y ASPECTOS DE LA MORAL
  • EMPATÍA SOCIAL COMO SENTIMIENTO MORAL DEL BIEN GENERAL
  • LA VIRTUD
  • ÉTICA, JUSTICIA, DERECHO Y LIBERTAD
  • LA JUSTICIA Y EL DERECHO
  • LA FELICIDAD
  • Suele presentarse a Mill como el máximo exponente de la ética utilitarista, salvando a Bentham. Sin embargo, el propio Mill ya en el capítulo primero de El Utilitarismo parece sacudirse de esa etiqueta cuando afirma que fue Sócrates el verdadero fundador de la teoría del Utilitarismo hace más de dos mil años, en su combate dialéctico contra el sofista Protágoras
  • Mill
  • UTILITARISMO
  • Bentham
  • Filósofo, lógico y economista inglés, representante de la ideología burguesa, destacada figura del positivismo. Trabajos principales: Sistema de la lógica… (1843), Principios de economía política (2 tomos, 1848), Utilitarismo (1864). En filosofía, seguidor de Hume, Berkeley y Comte. Veía el materialismo y el idealismo como dos extremos “metafísicos”, consideraba la materia tan sólo como posibilidad constante de sensación y el espíritu como posibilidad constante de sensibilidad. Las cosas no existen fuera de su percepción. El hombre sólo entra en conocimiento de los “fenómenos” (sensaciones), sin que sea posible salir más allá de las mismas. En lógica, Mill es el representante más consecuente del paninductivismo: negando la deducción como método para obtener nuevos conocimientos, exageraba de manera unilateral y metafísica el papel de la inducción. Es un mérito de Stuart Mill el haber elaborado los métodos de la investigación inductiva de la conexión causal. En ética, experimentó la influencia del utilitarismo de Bentham. En economía política, Mill sustituyó la teoría ricardiana del trabajo como determinante del valor, por la teoría vulgar de los costos de producción; defendió la teoría de Malthus de la población. Por sus concepciones políticas y sociales, Mill era un típico liberal burgués.
  • El utilitarismo propone que toda acción humana es útil (eficaz, valiosa y justa) cuando proporciona a la felicidad. Es una concepción de la moral según la cual LO BUENO NO ES, SINO ÚTIL. Esta teoría que convierte a la utilidad, entendida como bienestar, en el único criterio de felicidad. La única norma de moral o valor supremo será la UTILIDAD. Este término empleado por un grupo de pensadores ingleses partidarios de la supremacía del placer identificando lo bueno con lo útil, estos filósofos argumentaban que dado que el dolor es el mal y la felicidad es el bien, lo esencial en toda acción humana es favorecer la consecución del placer y frenar el dolor y la miseria. Las acciones encaminadas a la felicidad son las correctas y las encaminadas al dolor y el sufrimiento son las incorrectas. El utilitarismo sostiene que la felicidad es el único valor que es un fin en sí mismo y que a partir de allí cualquier medida legal o política, cualquier acción humana será considerada justa o buena. Se convirtió en instrumento para reivindicar el sufragio universal a todas las clases sociales.
  • Moralista y jurisconsulto inglés. En su teoría ética, reducía los motivos de la conducta al placer y al dolor; la moralidad, al acto útil (Utilitarismo). La moralidad, según Bentham, puede ser calculada matemáticamente como balance de satisfacciones y sufrimientos, resultado de determinadas acciones cualesquiera que sean. En Bentham, el carácter metafísico y mecanicista en la concepción de la moralidad («aritmética moral») se completa con la apología franca de la sociedad capitalista, por cuanto se declara que la satisfacción del interés particular («principio del egoísmo») es el medio que permite «lograr la mayor felicidad para el mayor número de personas» («principio del altruismo»). Criticaba la teoría del derecho natural. Negaba la «religión natural», que construía el concepto de Dios por analogía con los soberanos de la tierra, y defendía la «religión revelada». En la teoría del conocimiento, era nominalista. Sobre la base de los manuscritos de Bentham, Boole formuló la teoría de la cuantificación del predicado. Obra principal: Deontología o ciencia de la moral (1834)
  • Hasta ahora se ha expuesto una visión de la antropología en John Stuart Mill, y en esa visión el individuo es una parte fundamental.
  • El individuo, el hombre a fin de cuentas, conecta con el discurso ético de Mill puesto que el individuo de Mill persigue un fin en su vida, a saber, la felicidad; y ésta se obtiene por medio de las acciones llevadas a cabo. En realidad la ética, como disciplina que reflexiona sobre los actos humanos, lo que persigue como finalidad es la realización del hombre. En este aspecto Mill tiene presente lo importante que son las consecuencias de las acciones.
  • Pero ese fin es en Mill un bien y ese bien no es otro que el desarrollo del anthropos en todos sus talentos desde la libertad. Así, en Stuart Mill, individuo, felicidad, acción, libertad, sociedad, son elementos que se entrecruzan y conectan unos con otros.
  • En el capítulo anterior se expuso la defensa que hace Mill de la libertad individual como elemento indispensable para lograr una sociedad libre. La libertad no entra aquí en contradicción con la solidaridad compartida; también el grado de la libertad individual depende de la general y viceversa. La libertad aparece para Mill como algo útil cara a la felicidad, por tanto tiene sentido hablar de Utilitarismo en el asunto de la libertad individual.
  • uno conduce en un tranvía sin frenos, solo puede girar hacia la derecha o izquierda. si vas a la derecha atropellarás a una persona, en cambio si vas a la izquierda hay un grupo de 5 trabajadores.  la acción que conlleva menos impacto negativo es la más bondadosa
  • Ese Utilitarismo es una doctrina que no concibe a la persona sin la libertad. Igualmente, el hombre, sin medios, sin cultura, sin sanidad, nunca podrá ser libre y feliz, estará abocado a la infelicidad. Pero el hombre de Mill no se parapeta en su individualismo solipsista, antes bien la suerte de los otros no le es indiferente, porque al obstaculizar la felicidad general limita y pervierte su felicidad particular. Se trata de una ética optimista antropológicamente como la de Rousseau, donde el hombre es bueno por naturaleza; es libre y social, siendo esos los rasgos inalienables que lo perfilan como ser humano
  • solipsista
  • El solipsismo es una doctrina filosófica, según la cual, “mi yo solo” o únicamente mi conciencia existe, y todo el mundo restante, incluidos los hombres, no existen de hecho, sino que son creados por mi conciencia, por mi imaginación. Todo idealista subjetivo llega inevitablemente al solipsismo, puesto que, afirmando que el mundo es “mi” sensación o “mi” representación, debe reconocer también que todos los demás hombres son “mi” sensación y que realmente sólo existe el único “yo”. El absurdo del solipsismo es evidente y refutado por la ciencia y la experiencia.
  • En la ética J. S. Mill sostuvo el criterio utilitarista, cuya máxima es la búsqueda del máximo bienestar del mayor número de individuos, la felicidad general, o también utilidad pública. Esa idea de felicidad es propia de la moral, junto con otras ideas; y hace oportuno tratar en este filósofo la cuestión referente a la moral.
  • Pretender encontrar un criterio que permita establecer qué es bueno y qué no lo es, es una tarea en la que tampoco se han puesto de acuerdo los más eminentes pensadores.
  • . Lo que sí muestra Mill es que su teoría, el Utilitarismo como fundamento moral, como criterio, data de muy antiguo, allá por el siglo V a. C. y perdura en nuestros días: Desde los inicios de la Filosofía, la cuestión relativa al sumum bonum o, lo que es lo mismo, la cuestión relativa a los fundamentos de la moral, ha sido considerada como el problema prioritario del pensamiento especulativo [...].
  • Los filósofos siguen alienados bajo las mismas banderas rivales y ni los pensadores ni la humanidad en general parecen haberse aproximado un tanto más en la actualidad a un parecer unánime sobre el tema, que cuando el joven Sócrates escuchaba al viejo Protágoras y mantenía (si el diálogo de Platón está basado en una conversación real) la teoría del utilitarismo frente a la moral popular mantenida por los denominados sofistas.
  • los sofistas oscilan entre el materialismo y el idealismo, pero en general su filosofía se distingue por su subjetivismo y la negación de la verdad objetiva. Protágoras enseñaba que “el hombre es la medida de todas las cosas”. Gorgias defendía tres tesis: 1) nada existe; 2) si algo existiera sería inconcebible para el hombre; 3) si fuera concebible, tampoco se podría transmitir o explicar a los demás. Los sofistas actuaban como maestros de elocuencia y del arte de vencer al adversario en la disputa refutando sus argumentos, sin tener en cuenta quién estuviese en la posesión de la verdad. Esto dio también a la sofística (ver) un sentido nominal de hábil juego de palabras, de un filosofar retórico, justo en apariencia, pero esencialmente falso.
  • sofistas
  • protágoras 
  • el más importante de los sofistas; fue expulsado de Atenas por ateo (su libro “Acerca de los dioses” fue quemado). Los investigadores burgueses han interpretado a Protágoras como si fuera un escéptico absoluto, traduciendo como sigue uno de los fragmentos que de él se han conservado: “El hombre es la medida de todas las cosas: de las que son en cuanto son, de las que no son en cuanto no son”. Pero la expresión griega correspondiente a “en cuanto” puede ser traducido de otro modo, a saber: “de las que son, porque son”, &c. Interpretado de este modo, Protágoras no es subjetivista ni escéptico; su tesis contiene un elemento de antropologismo que presenta un matiz materialista; ello concuerda con la caracterización hecha por Sexto el Empírico, según la cual, para Protágoras, “la materia es fluida” y “las causas fundamentales (los logos) de todas las cosas, se encuentran en la materia”.
  • Sócrates
  • Filósofo idealista de la Grecia antigua, adversario del materialismo, de las ciencias naturales y del ateísmo. El círculo aristocrático agrupado alrededor de Sócrates era el centro de la lucha ideológica y política contra la democracia de Atenas. Formaban parte de ese círculo: Platón (ver), Critias (quien después de la derrota de la democracia encabezó a los treinta tiranos de Atenas), los traidores Alcibíades y Jenofonte. Poco después de la victoria de la reacción, fue restaurado el poder democrático y Sócrates condenado a muerte por su actividad antipopular. Sócrates no dejó ninguna obra escrita, pero su doctrina se había difundido ampliamente y llegó hasta nosotros gracias a los escritos de Platón, Jenofonte y Aristófanes. Según Sócrates, el objeto de la filosofía es el de enseñar la virtud. 
  • platón
  • Platón era un filósofo idealista de la Grecia Antigua, ideólogo de la aristocracia esclavista. Es el fundador del sistema filosófico del idealismo objetivo, según el cual, a la vez que el mundo de los objetos perceptibles (mundo no auténtico) existe el mundo especial (auténtico) de las ideas, concebidas por la razón; por ejemplo, además de los caballos reales existe, según Platón, la “idea-caballo”, además de las mesas, la “idea-mesa”, &c. Los objetos, según Platón, son sólo las sombras de las ideas, que son eternas, mientras que los objetos, son transitorios. Si los objetos son percibidos como representaciones singulares, las ideas son conocidas por el hombre como conceptos de carácter general.
  • Como se puede apreciar el problema filosófico sobre la cuestión moral del bien es antiguo. Es bastante certera la valoración que hace Stuart Mill, por cuanto que en Filosofía es cierto que el problema de la existencia de algo que sea universalmente válido y bueno para todos es una cuestión que ocupa a los pensadores. En este pensamiento de Mill se deja ver la posible influencia de Sócrates, que defendía la existencia de algo objetiva y universalmente válido para todos, el Bien.
  • En el Utilitarismo en general, y en Mill en particular, la preocupación por el bien general es también relevante. Frente al relativismo de su época, Stuart Mill defiende la existencia de un valor o de un conjunto sólido de valores que sirvan como eje que oriente las acciones del individuo.
  • Esos valores en nuestro autor remiten a la libertad, la lealtad, la coherencia en la acción, la disparidad de criterios y pareceres, y así lo apunta también Isaiah Berlin al afirmar que: “Los valores que consideró más elevados fueron la libertad, la variedad y la justicia”.
  • Isaiah Berlin
  • fue un politólogo e historiador de las ideas británico de origen judío; está considerado como uno de los principales pensadores liberales del siglo XX. A pesar de escribir solo escasamente obras que fueron publicadas, sus charlas y coloquios fueron alguna vez grabados y transcritos, y muchas de sus palabras convertidas en ensayos y libros publicados. Entre sus principales contribuciones al terreno de la filosofía y la teoría política destacan la distinción de libertad positiva y libertad negativa, el término Contra ilustración o el llamado pluralismo de valores.
  • Ahora bien, parece que una pretensión de este tipo sólo es posible desde la educación; desde una educación que presente un compendio de valores sobre los que fundamentar la acción del individuo. En este sentido, Mill, desde el Utilitarismo, presenta siempre como valor fundamental el bien; mejor expresado, el mayor bien para la mayor cantidad de personas. Así pues, la educación tendrá que delimitar qué es ese bien y qué consecuencias tendrán nuestras conductas o acciones en aras de ese bien.
  • Igualmente, en esa búsqueda de fundamentar la moral, Mill muestra una actitud moral de tipo teleológico, puesto que para él todas nuestras conductas están movidas por algún fin. Por ello las reglas de nuestro actuar obedecen también a un fin. Por lo tanto la moral de Stuart Mill entraría dentro de las denominadas morales teleológicas: “Todas las acciones tienen como motivo algún fin, por lo que parece natural suponer que las reglas de las acciones dependen, en lo que a su carácter y peculiaridades concierne, al fin al que están subordinadas”
  • Ahora bien, para conseguir ese fin que se persigue en nuestras acciones, es necesario que el individuo se mueva teniendo presente un criterio de acción. Al mismo tiempo, en toda acción humana se mezclan la razón y el sentimiento. Pero Mill se muestra opuesto a establecer como criterio moral de nuestras acciones los sentimientos o instintos para discernir lo que es bueno y lo que no lo es, y así afirma: La conocida teoría que mantiene la existencia de una facultad natural, un sentido o instinto, que nos indica qué es lo correcto y lo incorrecto. (...). Los filósofos se han visto obligados a abandonar la idea de que tal instinto discierne qué es correcto e incorrecto en los casos particulares que nos traemos entre manos, al modo en que nuestros restantes sentidos disciernen los objetos visibles o los sonidos realmente existentes. Por todo ello, podemos concluir que para Mill en modo alguno los sentidos e instintos naturales son criterio para discernir el bien o el mal en el ámbito de la moral. Más bien se inclina a considerar que nuestra capacidad moral guarda relación con la de raciocinio: “Nuestra facultad moral, de acuerdo con todos aquellos de sus intérpretes que merecen el título de filósofos, es una derivación de nuestra razón, no de nuestra facultad sensitiva”.
  • Esa afirmación según la cual la razón ocupa un lugar fundamental en el ámbito de la moral no es gratuita en el pensamiento de John Stuart Mill. Nuestro autor además vincula la moralidad con la felicidad y para alcanzar ésta sólo cabe la vía de la acción. Pero las acciones no pueden ser protagonizadas instintivamente; deben ser ejecutadas calculando las consecuencias que éstas tienen para la felicidad del mayor número posible
  • Así lo expresa igualmente en su ensayo Bentham: Sea o no sea la felicidad el fin último al que debe referirse la moralidad, el que refiramos ésta a una suerte de fin y no la dejemos en los dominios de un sentimiento vago o de una convicción interna inexplicable; el que hagamos de ella cuestión de razón y de cálculo, y no meramente de sentimiento, es algo esencial a la idea misma de filosofía moral; es, de hecho, lo que hace posible que haya disputa o discusión acerca de cuestiones morales. Que la moralidad de las acciones depende de las consecuencias que éstas tienden a producir, es la doctrina de personas racionales de todas las escuelas; que el bien o el mal de esas consecuencias es medido solamente por el placer o el dolor, es todo lo que hay en la doctrina de la escuela utilitarista que es peculiar de ésta.
  • Según esto, dado que nuestra facultad moral proviene de la razón y que la moral es una ciencia de tipo práctico, entonces se seguirá que, en tanto que ciencia, la moral tiene que sustentarse en unos principios que la fundamenten. Este es el objeto de Mill en este momento, quien sostiene la influencia de un criterio no reconocido explícitamente. Pero algo no reconocido explícitamente y sin embargo presente en las mentes humanas a la hora de conducirse, nos apunta más bien a la consagración de los sentimientos que los hombres poseen.
  • Parece, por todo ello, que nuestro autor concluirá, citando al propio Bentham, que el principio que ha contribuido más grandemente a perfilar las doctrinas morales es el denominado principio de utilidad: “El principio de utilidad, o como Bentham le denominó últimamente, el principio de la mayor felicidad, ha contribuido grandemente a la formación de las doctrinas morales, incluso de las de aquellos que con más desprecio rechazan su autoridad”.
  • Así pues, el Principio de Utilidad aparece como fundamento de la moral, como principio de las distintas corrientes éticas, como base de todas las acciones que lleva a cabo el ser humano que busca la felicidad. Pero esa felicidad a la que alude Mill guarda relación con otro concepto importante en la moral, a saber, el concepto de acción que lleva inexorablemente al de libertad, crucial en la filosofía de Stuart Mill. De hecho, en Sobre la Libertad aparece una afirmación de John Stuart Mill que bien puede servir como doctrina moral del individuo, y que, curiosamente, liga la moral con la libertad; el bien con el no perjudicar al otro; el conducirse como uno mejor cree con la antropología.
  • Y otro aspecto fundamental en nuestro autor es la diversidad; una diversidad que es el efecto que se sigue de subrayar la importancia del individuo: La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien a nuestra propia manera, en tanto que no intentemos privar de sus bienes a otros, o frenar sus esfuerzos para obtenerla. Cada cual es el mejor guardián de su propia salud, sea física, mental o espiritual. La especie humana ganará más en dejar a cada uno que viva como le guste más, que no obligarle a vivir como guste al resto de sus semejantes. Se trata del desideratum de Mill. De este modo parece que para Mill la idea de libertad aparece como una idea que es el contenido del ejercicio de nuestra individualidad y al mismo tiempo su necesaria garantía.
  • Ese deseo de libertad entendida como realización feliz del individuo que se desarrolla en sus talentos lleva, según Mill, a los hombres a actuar conforme al Utilitarismo. ¿Cuál es el sentimiento al que apela la doctrina utilitarista para que el hombre actúe desde el deber utilitarista? El sentimiento del bien común, de preocuparse por el otro como por uno mismo.
  • Por lo tanto, podemos concluir que en Mill una cosa es el discernimiento de lo que es bueno o malo, lo cual se discierne racionalmente; pero muy distinta es la acción que lleva a cabo el individuo, la cual es ejecutada por una especie de sentimiento por el bien general. Y sobre esta cuestión, Mill entiende que el ser humano se siente más obligado a obrar si la obligación moral viene sustentada en la trascendencia.
  • Esos sentimientos morales a los que alude Mill, hay que plantearse si son connaturales al individuo o más bien son un equipamiento que incorporamos después. Sobre esta cuestión, Mill es claro y entiende que los sentimientos morales son adquiridos, no innatos. Por lo tanto, la facultad moral no pertenece a la naturaleza humana, sino que más bien es un producto de la naturaleza humana.
  • Por consiguiente, se podría concluir que el Utilitarismo tiene una cierta base sentimental; y el sentimiento principal en ese sentido es el sentimiento social de la humanidad, o lo que es lo mismo, el sentimiento por el bien común, por el interés de todos. Ese sentimiento de interés por el bien común es también algo que no es natural al hombre, sino que sobreviene después. Y parece que el modo en que debe sobrevenir debe ser desde la reflexión interior, todo ello desde la educación en la conciencia.
  • Esto le preocupa a Mill porque en su época él critica la situación de una sociedad formada por demasiados individuos instalados en el egoísmo y que ven en el otro una oportunidad de explotación olvidando derechos naturales que se concretan en derechos positivos, tales como salario y trabajo digno. Toda esa falta de confianza en el otro trae consecuencias morales negativas para la vida pública y para la del interesado. Así lo expresa nuestro autor: Cuan pocas cosas hay en la vida ordinaria de los hombres que puedan dar alguna elevación, sea a sus concepciones, sea a sus sentimientos.
  • No hay ningún sentimiento desinteresado de identificación en el público. El individuo o la familia absorben todo sentimiento de interés o de deber. No se adquiere nunca la idea de intereses colectivos. El prójimo solo aparece como un rival y en caso necesario como una víctima. No siendo el vecino ni un aliado un asociado no se ve en él más que un competidor. Con esto se extingue la moralidad pública y se resiente la privada.
  • La descripción de Mill parece clara. Él advierte los efectos inmorales que se siguen de un individuo que sólo se preocupa de sí mismo y de resolver sus circunstancias y que no advierte derechos fundamentales, naturales, en sus congéneres y conciudadanos. La peor de todas las consecuencias es la degeneración moral del individuo.
  • Frente a todo ello, la llamada es la implicación social del individuo para que se ocupe y preocupe del interés general. Así, la tarea en beneficio de los asuntos de interés común es una ocupación, una acción educativa. Será sobre la base de ese sentimiento sobre la que se sustente el principio de felicidad general y se configure así en fuerza de la moralidad utilitarista.
  • Ese sentimiento social de la humanidad, que, bien entendido, nos lleva a la felicidad general, es la llave que abre los sentimientos de cada individuo y hace que cada uno se interese por los demás y por sus circunstancias como si fueran las propias. Ese sentimiento supone que los individuos salgan de su reducto personal para encontrar en el otro y en sus intereses un motivo para actuar moralmente: “En la medida en que cooperan los hombres sus fines se identifican con los de los demás. Se produce, al menos, un sentimiento provisional de que los intereses de los demás son sus propios intereses”.
  • Ese sentimiento provisional que se produce paulatinamente lo que hace es reforzar vínculos sociales, desarrollar una mayor armonía social en la sociedad. Y hace que cada uno se interese cada vez más por el bienestar de los demás. En una situación así, lo que se genera es progreso en el espíritu humano, mayor unidad de todos los hombres entre sí y nunca búsqueda del beneficio propio y sí del colectivo: En un estado de progreso del espíritu humano se da un constante incremento de las influencias que tienden a generar en todo individuo un sentimiento de unidad con todo el resto, sentimiento que, cuando es perfecto, hará que nunca se piense en ninguna condición que beneficie a un individuo particularmente, si en ella no están incluidos los beneficios de los demás.
  • Ese sentimiento social, hedonismo social, es tan relevante para Stuart Mill que, como bien indica él, es “la sanción última de la moralidad de la mayor felicidad”70. Es importante notar aquí cómo el segundo esposo de Harriet Taylor hace una ligazón entre moralidad y sentimientos, hasta el punto que podemos hablar en Mill de una moralidad del bien común sustentada en los sentimientos humanos, que llevaría al individuo, desde la educación empática, a sentir como algo suyo los problemas, las necesidades y los gozos de los demás:  Si las personas pueden ser educadas, como vemos que lo fueron, no sólo para creer teóricamente que el bien de su país era un ideal superior a todos los demás, sino también para sentir de un modo práctico que este era el gran deber de la vida, de igual manera podremos inculcar en ellas un sentimiento de obligación absoluta para con el bien universal.
  • Parece desprenderse de aquí la importancia que tienen los sentimientos en el orden de construir a la persona. En este sentido parece claro que Mill constató que su educación fue rica a nivel epistemológico, pero la cosa cambia en el orden emotivo, sentimental. A fin de cuentas es evidente que el ser humano posee razón, pero también emoción; por eso acaso Mill reconoce su limitación al nivel de los sentimientos; o como dice Isaiah Berlin sobre Mill: “su capacidad emocional estaba anquilosada mientras su inteligencia estaba superdesarrollada”
  • Por ello el propio Mill nos dirá que “la moralidad consta de dos partes. Una de ellas es el autoeducación, el entrenamiento que el mismo ser humano lleva a cabo ejercitándose sobre sus propios afectos y su propia voluntad. La otra parte es la regulación de sus acciones externas, que permanecerá mutilada e imperfecta, si falta la primera”.
  • Pero además una moralidad así también tiene que tener en cuenta al resto, a la comunidad en sus intereses frente al individuo.
  • Además, en el marco de una moralidad así, ni que decir tiene en nuestro autor que el respeto y la promoción de la libertad de cada individuo, así como de sus características personales y de los derechos individuales, serán un punto fundamental. Y todo ello porque se trata de una moralidad cuyo objeto es el beneficio universal: Una moralidad fundamentada en amplias y prudentes opiniones sobre el bien común, sin sacrificar totalmente los derechos del individuo a favor de la comunidad, ni los de la comunidad a favor del individuo; una moralidad que reconozca, de una parte, los compromisos del deber, y, de otra, los de la libertad y la espontaneidad, ejercería su poder en las naturalezas mejor dotadas, despertando en ellas las virtudes de la generosidad y de la benevolencia [...].
  • También influiría en las naturalezas menos nobles, haciendo que esos sentimientos fuesen cultivados en la medida de su capacidad [...]. La recompensa que podrá perseguirse..., la aprobación de aquellos a quienes respetamos, y en el mejor de los casos, la de todos los vivos y muertos a quienes admiramos o veneramos.
  • Ahora bien, una moralidad de este fuste, que pretende tener por pilares las opiniones más prudentes; que pretende el respeto del individuo y sus intereses, a la par que el respeto a la comunidad y sus intereses; que tiene en su horizonte el deber, es un proyecto que parece sólo puede hacerse viable desde una educación que tenga el mismo interés, aunar la dimensión moral del individuo y su dimensión emocional, y que desee poseer ciudadanos virtuosos, siendo el elemento de la virtud fundamental en la filosofía de Mill
  • En la ética de Stuart Mill el elemento de la virtud es concebido como algo que no hay que desear por un interés, sino por sí misma. Pero por qué hay que desear la virtud por sí misma. Sencillamente porque Stuart Mill hace una crítica de la sociedad de su época como una sociedad materializada, con excesiva fe en la ciencia y tecnología, que lo que busca es sólo el éxito material, el interés propio o el placer propio y en la que se conculcan derechos fundamentales. Ante esta situación, Mill ve cada vez más necesario recurrir a una solución que forme el carácter de los individuos y despierte las virtudes dormidas de las clases más elevadas.
  • Este cambio de meta viene determinado por el cultivo de uno mismo, como dice Mill: “Cultivo interno del individuo como una de las primeras necesidades del bienestar humano”. A su vez, la virtud constituye el recurso indispensable para la consecución de este ideal social. Esa necesidad de formar los caracteres de los individuos nos apunta hacia el papel que juega la educación, una educación que subraye los derechos de las personas, en el pensamiento de Stuart Mill cara a cultivar la virtud individual.
  • Desde esta perspectiva, los moralistas del Utilitarismo, y Mill con ellos, ponen la virtud a la cabeza de las cosas que son buenas en tanto que medios para un fin, y la ven como única solución que permite al hombre perfeccionarse individualmente. Además los moralistas utilitaristas reconocen como fenómeno psicológico la posibilidad de que la virtud sea para la persona humana un bien en sí mismo. Así mismo, los utilitaristas conexionan psicología con virtud, porque entienden que el estado de ánimo no es el mejor si no se da amor a la virtud, entendida como algo deseable en sí mismo.
  • Y esto no implica abandono del principio de felicidad, puesto que los componentes de ésta son variados y cada uno de ellos es deseable en sí mismo Plantea así Mill la cuestión de si la virtud es parte del fin, es fin en sí mismo, o si puede llegar a ser parte del fin. Sobre esta cuestión John Stuart Mill entiende la virtud, de acuerdo con los dictados del Utilitarismo, como algo que no es parte del fin. Pero ese parecer no es absoluto, esto es, la virtud puede llegar a ser parte de ese fin, sobremanera si tenemos en cuenta a aquellos que desean la virtud por sí misma, que la identifican con su felicidad: La virtud, conforme con la doctrina utilitarista, no es natural y originariamente parte del fin, pero es susceptible de llegar a serlo.
  • En aquellos que la aman desinteresadamente ya lo es, deseándola y apreciándola no como medio para la felicidad, sino como parte de su felicidad.  De sus palabras parece desprenderse que Mill trata un viejo problema en ética, el de la virtud en lo tocante a si es enseñable o no; antigua cuestión ya abordada por los sofistas. Parece que en nuestro autor, la virtud sea enseñable.
  • Frente a la virtud que es también una disposición que se pretende el individuo vaya alcanzando, se encuentra su contrario, el vicio moral, que es conveniente que el individuo abandone. Sobre qué es el vicio, el mal, resulta muy iluminador el testimonio de Stuart Mill:
  • La disposición a la crueldad; la malicia y la mala condición; la que es la más odiosa de todas las pasiones y la más antisocial, la envidia; la hipocresía, la falta de sinceridad, la irascibilidad sin motivos suficientes y el resentimiento desproporcionado a la provocación; la pasión de dominar a los demás, el deseo de acaparar más de lo que a uno pertenece, el orgullo que consigue satisfacción en la inferioridad de los demás, el egoísmo que pone a uno y a sus intereses por encima de todas las cosas del mundo, y que decide en su favor cualquier cuestión dudosa, todos ellos son vicios morales que constituyen un carácter moral malo y odioso.
  • De un mal carácter, en el sentido moral, no se puede seguir la existencia de felicidad y sí desdicha en el individuo. Así, se deja ver en nuestro autor cómo virtud y felicidad van unidas. Parece, pues, que la virtud ha de ser cultivada por el hombre porque ella no tiene un origen natural en el individuo, como también opina, con mucha anterioridad, Aristóteles. Así, si el hombre cultiva la virtud, ello redundará en beneficio de los demás. El hombre que cultiva la virtud es un hombre preocupado por el interés del resto. Se produce así una conexión entre los intereses del individuo (virtudes individuales) y los de la sociedad (virtudes sociales), desde las virtudes del individuo y las virtudes que podemos llamar públicas. Se trataría de buscar la compatibilidad de los intereses del individuo con los de la sociedad, de conectar los intereses individuales y colectivos.
  • Pero para cultivar la virtud es necesario un proceso educativo que vaya encaminando lo mejor de cada individuo y sacándolo al exterior para beneficio propio y de los demás, lo que conlleva reconocer que la persona por el mero hecho de ser tal posee lo que nosotros denominamos derechos humanos.
  • La virtud es alcanzable desde la vía de la educación. En este sentido su punto de partida es el beneficio común, el que los hombres estamos todos llamados a hacernos mutuo bien unos a otros. Es desde esta praxis cómo realmente el individuo se desarrolla humanamente y camina hacia la felicidad:
  • Es asunto de la educación el cultivarlas [las virtudes] a todas por igual. Pero la educación misma procede por convicción, persuasión, así como por obligación; y solamente por los dos primeros medios, una vez terminado el periodo de educación, deberían inculcarse las virtudes individuales. Los hombres deben ayudarse, los unos a los otros, a distinguir lo mejor de lo peor, y a prestarse apoyo mutuo para elegir los primeros y evitar lo segundo. Ellos deberían estimularse mutua y perpetuamente a un creciente ejercicio de sus más nobles facultades, a una dirección creciente de sus sentimientos y propósitos hacia lo prudente en vez de hacia lo necio.
  • Con todos estos dictados está de acuerdo el Utilitarismo y también Mill, subrayando la importancia de las virtudes sociales sobre las individuales; y entonces las virtudes sociales son una especie de segunda naturaleza. Por lo tanto, dado que la virtud no es connatural a la naturaleza humana, el Utilitarismo interpela al individuo a que la ame, por ser un elemento básico de la felicidad. El argumento de Mill es claro: la felicidad implica búsqueda de placer y huída del dolor
  • La virtud es concebida como productora de placer y protectora del dolor. Así, parece que Stuart Mill entiende la virtud un poco al estilo de Sócrates, esto es, en el interior del individuo, en el nivel de la conciencia; y acaso, como Sócrates discutía frente al relativismo sofista, Stuart Mill se enfrenta al egoísmo de su época en que se conculcaban derechos fundamentales olvidando la esencia natural de todos, el ser persona. Por lo tanto, la virtud ha de ser amada y practicada porque conduce a la felicidad
  • Dado que además Mill entiende el Principio de Utilidad como fundamento de la moral, desde esta aceptación serán acciones correctas las que promuevan la felicidad e incorrectas las que la menoscaben, entendiendo además Mill por felicidad placer y ausencia de dolor; y por infelicidad, dolor y falta de placer.
  • También parece claro que el individuo que Mill postula quiere ser feliz y tiende a buscar esa felicidad no sólo para él sino para la mayor cantidad de personas puesto que ello le traerá felicidad. Claramente lo expresa: “En general, una persona que se preocupa por la otra gente, por su país, o por el género humano, es más feliz que otra que no se preocupa”.
  • Pero también hay que afirmar que la persona en Mill, aún estando equipada para cultivar y potenciar los buenos sentimientos y sus mejores talentos con objeto de buscar la felicidad, no siempre se ve rodeada de los ambientes y circunstancias más propicias para realizarse de ese modo.
  • Sobre la influencia de las circunstancias en ese ejercicio de expandir los sentimientos nobles y sobre cómo sobreponerse a ellas y a los avatares de la vida, Mill nos ofrece en Autobiografía una receta que merece la pena ser destacada, donde se combinan placer, felicidad e infelicidad, no exentos de estoicismo:
  • Aprendí cómo lograr lo más posible cuando no podía conseguirse todo; en vez de indignarme o desanimarme cuando las cosas no salían enteramente como yo quería, supe conformarme e, incluso, animarme cuando siquiera una parte mínima resultaba conforme a mis deseos; y cuando ni eso llegaba a alcanzar, aprendí también a soportar con absoluta calma la derrota completa
  • A lo largo de la vida me he dado cuenta de que estas adquisiciones son de la máxima importancia para conseguir la felicidad personal, y de que también son muy necesarias para hacer que un hombre, ya sea un teórico o un pragmático, pueda causar la mayor cantidad de bien que le permitan las circunstancias.
  • Esos sentimientos nobles son tan importantes en la filosofía milliana que él mismo ve claramente la necesidad de potenciar las dimensiones más nobles de las personas en aras del beneficio común de toda la sociedad. Se podría afirmar que en la ética utilitarista, ésta alcanza sus metas sólo cuando hay una tarea de promoción de esos buenos sentimientos de nobleza, por eso dirá: “El utilitarismo, por consiguiente, sólo podrá alcanzar sus objetivos mediante el cultivo general de la nobleza de las personas”.
  • Conforme al Principio de la Mayor Felicidad, el fin último, con relación al cual y por el cual todas las demás cosas son deseables [...], es una existencia libre, en la medida de lo posible, de dolor y tan rica como sea posible en goces [...]. Dicho criterio es, de acuerdo con la opinión utilitarista, el fin de la acción humana; también constituye necesariamente el criterio de la moralidad, que puede definirse como “las reglas y preceptos de la conducta humana” mediante la observación de los cuales podrá asegurarse una existencia tal como se ha descrito, en la mayor medida posible, a todos los hombres
  • Lo anterior parece encontrar correlato en el imperativo categórico kantiano, ya que ambos tienen pretensión de universalidad. Tal es ese Principio de Mayor Felicidad, que se le puede considerar como el auténtico elemento promotor de felicidad en cada persona. Ese principio es el que puede ayudar a conseguir la felicidad al individuo; y no los bienes materiales
  • Como dice Isaiah Berlin “Mill siguió creyendo que la felicidad era el único fin de la existencia humana”. Hasta sucede que una vida satisfecha de toda materialidad puede resultar de lo más infeliz; y frente a esto cabe cuestionarse cuál es la causa de la infelicidad en una vida aparentemente feliz gracias a los bienes materiales. La causa radica en que quienes viven totalmente satisfechos a nivel material, pero despreocupados por los demás, por la satisfacción de sus derechos, son unos egoístas; y es el egoísmo una de las causas de la infelicidad en la persona humana. Y sucede al revés; quienes manifiestan sentimientos de solidaridad con los demás son realmente felices.
  • Ello porque la solidaridad forma parte indiscutible de la Mayor Felicidad. Por eso puede afirmarse que el principio utilitarista se erige en promotor de la felicidad de la persona:
  • Cuando las personas que son tolerablemente afortunadas con relación a los bienes externos no encuentran en la vida goce suficiente que la haga valiosa para ellos, la causa radica generalmente en la falta de preocupación por los demás [...]. Aquellos que dejan tras de sí objetos de afecto personal, y especialmente aquellos que han cultivado un sentimiento de solidaridad respecto a los intereses colectivos de la humanidad, mantienen en la víspera de su muerte un interés tan vivo por la vida como en el esplendor de su juventud
  • Pero cultivar el sentimiento de solidaridad, del bien común, entraña tarea educativa. Es claro que la felicidad es el criterio moral en el Utilitarismo. Pero también hay que mostrar una vez más que la felicidad del individuo y de la sociedad en Mill guarda relación directa con el carácter de cada uno. Dado que en el Utilitarismo el objetivo fundamental es el bien común, Stuart Mill ofrecerá un argumento acerca de la consecución del mismo apoyado en un doble pivote. Se hace necesario que las instituciones sociales hagan lo posible para armonizar el bien del individuo con el de la generalidad; pero también es tarea de aquéllas el sensibilizar a los individuos en la identificación de la ecuación: bien general = bien individual. Esta pedagogía social que propone Mill es básica para lograr una sociedad máximamente feliz: Como medio para alcanzar más aproximadamente este ideal, la utilidad recomendará, en primer término, que las leyes y organizaciones sociales armonicen en lo posible la felicidad o los intereses de cada individuo con los intereses del conjunto. En segundo lugar, que la educación y la opinión pública, que tienen un poder tan grande en la formación humana, utilicen de tal modo este poder que establezcan en la mente de todo individuo una asociación indisoluble entre su propia felicidad y el bien del conjunto. De donde se sigue nuevamente la necesidad de la educación en la dirección de la solidaridad y de los derechos sociales fundamentales. Por eso su ética utilitarista, que es la que proporcionará al individuo asideros en los que poder sostenerse en su devenir en la vida y sobre todo en la vida individual y social con los demás, por eso –digo– su ética utilitarista es una ética que vincula la felicidad con la justicia. De esta forma, Stuart Mill se suscribe al marco de las éticas materiales y teleológicas. De este modo, Stuart Mill entiende que el individuo encuentra la felicidad dentro de una sociedad en la que impera una idea de justicia que promueve el mayor bien para el mayor número de personas. La idea que parece desprenderse en Mill es que ese individuo que alcanza en la sociedad utilitaria y justa la felicidad es el que es realmente libre.
  • John Stuart Mill ha sido criticado en lo tocante a si el concepto de justicia tiene o no sitio en la doctrina utilitarista. Para el autor de El Utilitarismo, la justicia cabe dentro de su doctrina filosófica; y además tiene sentido en tanto que conduce a la felicidad general. En El Utilitarismo, Mill trata de exponernos la doble vertiente entre idea de justicia y sentimiento de justicia. La idea de justicia supone dos premisas. Por una parte, una regla de conducta que lo que persigue es la consecución entre todos del bien común; y por otra parte, un sentimiento que sanciona la regla, el cual se explicita en el deseo de que los que infrinjan la regla sean castigados
  • Al hablar de “justo” e “injusto”, estos términos son utilizados por el individuo en general para etiquetar determinadas acciones o conductas de la humanidad. Pero esas etiquetas guardan relación con el sentimiento que provocan dichos términos para el individuo. La noción de justicia implica una serie de elementos que Mill apunta: ley, derecho, imparcialidad, igualdad, conveniencia, lealtad. Todo ello en función de una serie de consideraciones que Mill repasa sin detenerse en ellas. Todos esos elementos inciden en la emoción del individuo; y este es el que termina por calificar una acción o conducta de justa o injusta en función de los mismos. Por ello, para Mill justificar en el universo de situaciones diversas qué es lo que hace que califiquemos algo de “justo” o “injusto” pasa por aceptar que de ese quid depende “esencialmente el sentimiento moral que se vincula al término en cuestión”.
  • De entre esos elementos, la ley parece que deviene fundamental a la hora de hacer el discurso sobre la justicia. Sobre ello Mill diferencia entre la ley como criterio último de la justicia y la observancia de la ley. En esta distinción, el autor de El Utilitarismo entiende que la conformidad con la ley, su observancia, es “el elemento primitivo en la formación de la noción de justicia”94, en tanto que la ley como tal no es el criterio último de justicia, porque existen leyes que de hecho pueden ser injustas y por tanto beneficiar a unos y perjudicar a otros.
  • Dado que la ley como tal no es criterio último de justicia y su observancia sí es básica en la idea que nos ocupa, cabe cuestionarse por qué es tan importante conducir nuestras conductas y acciones conforme a la ley. Sencillamente por el hecho de que existen prohibiciones. Quiérase o no, la vida de las personas es vida social supeditada a unas normas, a unos formalismos, que, gusten o no, en aras de una convivencia pacífica y provechosa al máximo para el mayor número posible, se articulan en normas o leyes. Y esas leyes plantean prohibiciones, las cuales lo que pretenden es que haya justicia para todos. Por ello Mill afirmará: “La idea de una prohibición legal continúa siendo la idea generatriz de la noción de justicia”.
  • Por otro lado, el sentimiento de justicia nos lleva a la esfera psíquica del individuo; y en este sentido también tiene unos elementos que lo componen: “El deseo de castigar a la persona que ha hecho daño y el conocimiento o creencia de que existe algún individuo particular, o algunos individuos, a quienes se les ha causado daño”
  • Pero ese deseo de castigo está sustentado en el terreno de los instintos; en concreto en el “impulso de autodefensa y en el sentimiento de simpatía”. Ese sentimiento de justicia apuntado no es ajeno a lo moral, antes bien, guarda relación con el ámbito de la moral, ya que el concepto justicia se refiere a un conjunto de reglas morales. Estas reglas morales apuntan a las condiciones básicas del bienestar humano, esto es, del bien común o felicidad general; y esas reglas morales son más obligatorias que cualesquiera otras, porque son reglas que orientan nuestras conductas y acciones, nuestra vida; y hacen que las personas logren esa felicidad: La justicia es el nombre de ciertas clases de reglas morales que se refieren a las condiciones esenciales del bienestar humano de forma más directa y son, por consiguiente, más absolutamente obligatorias que ningún otro tipo de reglas que orienten nuestra vida
  • Es de notar que Stuart Mill en la articulación de esas reglas morales que tratan de buscar la justicia, y por medio de ésta la felicidad general, le da gran importancia al elemento coactivo; y ahí ha de intervenir el Estado. En Mill, en aras de la felicidad general, las prohibiciones son un elemento básico, por ello afirmará: “las reglas morales que prohíben que unos causen daño a otros son más vitales para el bienestar humano que ninguna otra máxima”. Ante esto, cabe cuestionarse por qué para Mill son tan importantes las prohibiciones, por qué defiende el que las normas o leyes sean restrictivas; y, sin embargo, defienda una libertad sin más límite que el perjuicio a otro.
  • Sencillamente, y como bien apuntará John Stuart Mill acerca de cumplir la norma: “es mediante su observación como se mantiene la paz entre los seres humanos”; una paz que implica disfrute de libertad. Junto a esta idea de observancia y actuación conforme a las normas hay en el pensamiento milliano una máxima fundamental resumida en la idea de que el individuo puede valerse por sí mismo, sin necesidad de ayuda de los demás para salir adelante. Pero por encima de esa autonomía está el hecho de que lo que sí va a necesitar es que nadie le haga daño. Es el daño, su posibilidad, lo que hace que el hombre pueda entrar en la inseguridad. Así Mill dirá: “Es posible que una persona no necesite jamás la ayuda de nadie, pero siempre precisará que no le hagan daño”.
  • Es evidente que la persona humana, aún cuando no necesite de nadie para salir adelante, sí que necesita protección, seguridad; y eso –en un marco social y que observe derechos fundamentales– se consigue mediante leyes y normas que prescriban prohibiciones y castigos anexos a ellas. El daño implica ausencia de felicidad y presencia de dolor; y esto va contra el Principio de la Mayor Felicidad. Para evitar el daño entra en juego la justicia; y en ella el derecho y las leyes, para proporcionarle protección y seguridad, objetivos éstos deseados por toda persona, porque proporcionan equilibrio y felicidad.
  • Por todo ello la justicia, en este sentido, para quienes causan daño ha de prescribir mediante leyes devolución del mal al mal hecho previamente. Ese dar mal por mal está inserto en el sentimiento de justicia de cada individuo, sentimiento que a la vez cuenta con el bien por bien como “parte de los dictámenes de la justicia”. Por ello Mill nos aporta nuevamente otra idea de justicia, que implica abundar en la que ya hemos apuntado: “El principio de dar a cada uno lo que se merece, es decir, bien por bien así como mal por mal, no sólo está incluido en la idea de justicia sino que es objeto apropiado del sentimiento que coloca lo justo por encima de lo conveniente”.
  • Por lo tanto el principio antes citado parece que viene a ser un deber moral y también social que conllevaría el que tratásemos a los demás igual de bien que nos tratan a nosotros y por tanto la sociedad, como dice Mill: “Debe tratar igualmente bien a todos los que le han hecho a ella bien por igual, es decir, a todos los que se han portado igualmente bien en todo”
  • Todo esto lleva a una idea de justicia social distributiva que debería ser la propia de las instituciones y de los ciudadanos virtuosos. Pues bien, este diseño de sociedad se basa en el Principio de Utilidad; y así, el fundamento último de la justicia es ese principio106, que es un principio que tiene en cuenta a toda la sociedad. Y esa justicia persigue el beneficio máximo: La justicia sigue siendo el nombre adecuado para determinadas utilidades sociales que son mucho más importantes y más absolutas que ningunas otras y que, deben ser protegidas por un sentimiento no sólo de diferente grado, sino de diferente calidad, que lo distingue del sentimiento más tibio que acompaña a la simple idea de promover el placer o la conveniencia humanos.
  • Puede decirse, para concluir este capítulo, que los conceptos de “derecho”, “justicia”, “libertad”, “felicidad”, todos ellos son encuadrables en el marco moral, y, por consiguiente, en cualquier reflexión ética.
  • Así sucede en John Stuart Mill. Su ética es de carácter teleológico eudemonista, como sucede con Aristóteles.
  • La ética, en tanto que remite al único ser moral del universo, la persona, enlaza con la vida social, en sociedades en las que viven las personas; pero junto a la vida social está la complejidad de la misma que exige arbitrar fórmulas, normas, leyes que regulen las relaciones de todos, que no perjudiquen y sí beneficien a las personas. Esas personas, seres individuales y diversos con talentos y genialidades, buscan como fin de su praxis la felicidad.
  • En Stuart Mill parece que conseguir tal fin ha de ser en clave solidaria, de cooperación de unos con otros desde la libertad y el respeto. Para ello parece que el derecho tal como lo entiende Mill ha de ser legalista en un cierto sentido; ello parece que deviene de su concepto de justicia –dar a cada uno lo suyo, como también sentenciaba Aristóteles– que tiene una enorme carga moral.
  • No resulta extraño por cuanto que su época fue una etapa de desigualdades sociales y económicas acentuadas entre las personas, y por ello Stuart Mill parece proponer una ética humana, humanista acaso, en que los principios de solidaridad y caridad primen frente a otros
  • Parece que por este itinerario va también la idea de virtud y de ser virtuoso en la medida en que se practica la acción por el bien común porque se concibe, como Aristóteles o Aquinate, que la ciudad surge para vivir, y vivir bien.
  • La clave parece estar, según Stuart Mill, en la educación en tanto que herramienta que saque lo mejor del interior de las personas para hacer de su sociedad una sociedad más humana y feliz.
  • Frente a la virtud que es también una disposición que se pretende el individuo vaya alcanzando, se encuentra su contrario, el vicio moral, que es conveniente que el individuo abandone. Sobre qué es el vicio, el mal, resulta muy iluminador el testimonio de Stuart Mill:
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