Cuando se habla de hadas, uno siempre piensa en una bondadosa mujer, vestida con una tú-
nica azul larga hasta los pies, tocada con un sombrero en forma de cono que cubre su rubia
cabellera, y con una varita mágica en la mano, a punto para satisfacer cualquier deseo; así
es como esos famosísimos personajes se ven representados en los cuentos y en las historias
infantiles.
Pero las hadas de verdad son otra cosa. Las hay morenas y rubias, jóvenes y ancianas, feas
y hermosas, elegantes y pordioseras, y en cuanto al carácter… más vale no fiarse demasiado,
porque no hay nadie más imprevisible que un hada, y nada resulta más peligroso que su mal
humor.
En tiempos remotos, cuando aún era fácil encontrar alguna en el bosque o en el fondo de una
cueva, los hombres procuraban no ofenderlas e incluso las evitaban, porque sabían que estaban
tratando con criaturas casi omnipotentes, emparentadas con las diosas y las ninfas de la
antigüedad.
Entre las bisabuelas de las hadas están las “moiras”, divinidades griegas que decidían la suerte
de los mortales. La primera, Cloto, hilaba el hilo del destino; la segunda, Láquesis, lo medía,
y la tercera, Átropo, lo cortaba. A las tres diosas, hijas de Zeus, que los romanos llamaban
también “parcas”, se las representaba como mujeres ancianas y harapientas, y precisamente
de ellas provienen las famosísimas hadas madrinas, que se reúnen en torno a la cuna de los
recién nacidos.
Otros antepasados ilustres son las fatuas (compañeras de los faunos, capaces de predecir el
futuro), las matras, diosas-gallinas que ayudaban a nacer a los niños y predecían su futuro, y
las nornas, las moiras escandinavas. Por último, hay que mencionar a las ninfas y a las dríades,
figuras mitológicas encantadoras ligadas a los bosques y las aguas, y señoras de la espesura y
de las fuentes.
Todas estas criaturas sobrenaturales han legado algo de sí a las hadas, hasta convertirlas en lo
que son para nosotros: mujeres inmortales, dotadas con increíbles poderes, que van y vienen
entre su mundo y el nuestro.
Tomado de: Lazzarato, Francesca (1995). Hadas. Barcelona: Montena.
1. El “Pero”, con el que se inicia el segundo párrafo del texto, permite introducir una información
que
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