En la era moderna, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y a lo largo de las primeras décadas del
siglo XX, el secular prestigio de Italia como centro generador y promotor de las artes, paulatinamente
fue trasladándose a París como la sede que albergaría las nuevas corrientes vanguardistas en el
campo de las artes. El Futurismo, además de surgir impregnado de una fuerte connotación
nacionalista, pretendió alcanzar un rango cosmopolita con el fin de otorgarle nuevamente a Italia la
primacía cultural en la Europa de principios de siglo.