INDEPENDENCIA CAP.5.6

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Axel Essing
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TRAIDORES Y CHAQUETEROS
El alzamiento estaba previsto para el primero de octubre. Pero desde agosto comenzaron a llegar a las instituciones virreinales multitud de denuncias. Un tal Galván, empleado de correos que había tratado de infiltrarse en la conspiración utilizando a su hermano mayor, que estaba legítimamente en el asunto, resultó bloqueado por falta de confianza y solo pudo transmitir rumores a las autoridades. El 10 de septiembre José Alonso, sargento del regimiento de Celaya, le pidió a su amigo Juan Noriega en la Ciudad de México que pusiera en las manos del virrey una denuncia que señalaba que Allende estaba convocando a militares y vecinos de San Miguel y San Felipe a un alzamiento por la independencia; señalaba que se debía pasar a la acción de inmediato porque la mayoría de los oficiales estaban comprometidos.
Ese mismo día, el alcalde de Querétaro tomó en sus manos el papel de desarticulador de la conspiración y envió al capitán Manuel García Arango a la Audiencia de la Ciudad de México con un pliego donde se reseñaba la lista de conspiradores: Hidalgo, Allende, Aldarna, el capitán N.S., el licenciado Altamirano, el presbítero J. Ma. Sánchez, el licenciado Parra, Antonio Téllez, Francisco Araujo. Las denuncias incluían al corregidor Domínguez y los alféreces del batallón de Celaya. Ochoa, con estos elementos en la mano, acudió con Domínguez, quien a su vez estaba bajo las presiones del cura reaccionario de Querétaro, Gil de León, y finalmente lo disuadió para que actuara contra sus compañeros. Por si fuera corta la lista de denuncias, el 13 de septiembre el soldado Garrido denunció al intendente de Guanajuato, Riaño, que Hidalgo le había dado un dinero y la orden de subvertir a los soldados de su regimiento. Riaño detuvo rápidamente al grupo de militares sin saber que en Querétaro Ochoa y Domínguez estaban actuando en el mismo sentido.
El virrey Venegas, recién llegado a la Nueva España, recibió el consejo de que enviara el escuadrón de dragones de México, pero la conspiración le pareció poca cosa y optó por dejar que se resolviera a localmente. De manera que todo se limitó a ordenar a un escuadrón que fuera hacía San Miguel el Grande y Dolores para detener al viejo cura y a los oficiales del regimiento de la reina. Del poco valor de los completados hablan Jos primeros interrogatorios celebrados en Querétaro, donde con muy contadas excepciones, todos los detenidos se dedicaron a denunciarse entre ellos, a involucrar a los ausentes y a declararse inocentes. Salva la jornada las declaraciones de Epigmenio González, asumiendo su responsabilidad en una independencia en la que creía; y el caso de Téllez, quien fingió que se había vuelto Joco y tocaba un piano inexistente mientras lo careaban con el capitán Arias. El arranque de Hidalgo un día y medio más tarde habría de cambiar la historia. JOSEFA
Tenía cuarenta y dos años, michoacana de Valladolid, una dama regordeta, matrona de ojos vivaces y abundante pecho. Muy conservadora en ciertas cosas, no permitía que sus hijas fueran a bailes o al teatro y bien se cuidaba de que Allende o los oficiales del regimiento de la reina coquetearan con ellas. Casada con el abogado Miguel Domínguez, corregidor de Querétaro, su salón sería el centro de la conspiración del chocolate y el café. Otros dos mensajeros convocados por la propia Josefa o por Pérez, que la cosa nunca quedará muy clara, son portadores del mismo aviso a los conspiradores de San Miguel el Grande y Dolores. Todo parece una comedia de errores. Los enviados serían Francisco López, que tardó dos días en llegar con el recado porque se le cansó el caballo y terminó recorriendo el camino a pie, y Pancho Anayá, que se detuvo en la hacienda de Jalpa para ver un coleadero y llegó cuando los hechos se habían consumado.
A causa de estas intervenciones y habiendo sido señalada por varios de los delatores, incluso por un soplón anónimo que la definía como «agente precipitado», fue detenida e internada en el Convento de Santa Clara, o en el de Santa Teresa, o en los dos. Años más tarde, en una de las tantas represiones ordenadas por Calleja, fue detenida nuevamente a pesar de estar embarazada, acusada de haber colaborado en la colocación de pasquines antirrealistas en Querétaro. Josefa tenía entonces cuarenta y cinco años y catorce hijos, por cierto que el mayor de ellos, de veinte años, había sido incorporado el ejército realista por su padre para combatir a los insurgentes. Sobrevivió al proceso revolucionario y cuando en el imperio de Iturbide la nombraron dama de honor de la emperatriz Ana, se negó a aceptar el cargo, así como dos años más tarde se negó a recibir recompensas económicas por su participación en la conspiración que dio origen a la independencia. La fecha de su muerte permanece en las sombras, algunos dicen que ocurrió en 1829. Se sabe que sus restos se encuentran en la iglesia de Santa Catalina.
FIN
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