En un artículo escrito hace cincuenta años por el historiador Juan Hernández Luna (el álter ego de mi
compadre), analizaba el mundo intelectual de Miguel Hidalgo.
Hidalgo había pasado veintisiete años de su vida en las universidades
católicas (las únicas existentes) en el mundo novohispano novohispano,
sumergido en la teología, la escolástica, el recuento de las plumas de los
ángeles.
Y sin duda como resultado de esta experiencia, al paso de los años, el cura no
parecía tenerle demasiado respeto a las instituciones universitarias, en
particular a la Real y Pontificia Universidad de México en la que decía había
«una cuadrilla de ignorantes». Y parecía no darle demasiada importancia a no
haberse doctorado, a causa de la enfermedad de su padre, cosa que el
conservadurísimo historiador Lucas Alamán, bastante dado a la calumnia, lo
atribuía a que se había jugado a las cartas en Maravatío el dinero para pagar
los estudios.
De su paso por el mundo académico Miguel Hidalgo había sacado quizá lo más importante: el conocimiento
y la capacidad de leer y escribir en italiano, francés, español y latín, a los que su experiencia vital había
añadido el hablar otomí, náhuatl y tarasco.
Hidalgo no parecía tenerle mucho respeto a la Biblia estudiada «de rodillas y con devoción », porque había
que leerla con «libertad de entendimiento», lo que le permitía dudar quién era el buen ladrón, si Dimas o
Gestas y tener muy serias dudas sobre la existencia de los Reyes Magos, o dudar de la presencia de un
buey y una muía cerca del pesebre en Nazareth donde nació Jesús.
Cuestionaba también lo inútil que resultaba arrojar agua bendita sobre
los muertos porque «carecen de sentido del conocimiento»; criticaba a
Santa Teresa por ser una «ilusa» que se azotaba mucho y ayunaba, y por
eso «veía visiones»; y algo muy peligroso, llamaba a la Inquisición
«indecorosa», según se registró en la denuncia que el chismoso de Fray
Martín de Huesca hi- /i) contra él en 1800.
De lo que no hay duda es que entre sus lecluras favoritas se contaba el Corán, las obras ilc teatro de
Moliere y Racine y los escritos de Voltaire, Diderot y Rousseau.