1984 En épocas de grave depresión económica, uno de los sectores de la población más golpeados son sin duda los
trabajadores. Ellos como una clase en sí, son quienes invariablemente sufren las graves consecuencias de una
política económica recesionista: recorte a los programas de apoyo al bienestar social; freno a los salarios que se
quedan muy por debajo de los precios; mayor control de sus organizaciones y foros políticos, y sobre todo una brutal
represión no sólo física sino también moral e ideológica (o de dónde si no), viene ese falaz y absurdo optimismo
pequeño burgués con que los medios masivos de comunicación y principalmente la televisión, están tratando de
ocultar la crisis económica, recetando grandes dosis de “circo” a un pueblo falto de pan. En épocas de crisis, es
cuando las estructuras son las susceptibles de ser trastocadas. Por ello es que, aquí, urgen de un mayor
reforzamiento de sus componentes si la clase en el poder quiere mantenerse donde está sin cambio alguno.
Tal es el caso del sindicalismo en nuestro país. A lo
largo de muchas décadas, el movimiento sindical ha
estado controlado por un Estado que ha sabido manipular
sus demandas y controlar y ser guía de sus directrices.
Mediante mecanismos ya por todos conocidos,
(corrupción de sus líderes, represión física, etcétera) se
ha mantenido un equilibrio y estabilidad política como en
ningún país se ha visto. Sin embargo, ésta no ha servido
sino para velar las contradicciones inmanentes a la lucha
de clases, las cuales, si bien no de manera clara han
venido aflorando en esta época depresiva.
En época de crisis, las contradicciones latentes se agudizan expresándose en una posición más agresiva de los
componentes de la clase obrera, al pelear no sólo por incrementos salariales, sino también reclamando posiciones políticas
dentro de la estructura de poder. Un hecho que agudiza tales contradicciones, es precisamente la feroz política económica
llevada a cabo por el gobierno, la cual, atenta contra el bienestar social de dicha clase, con sus llamadas “políticas de
estabilización”. Así, el primer round en la lucha de clases lo ha ganado la burguesía. Así, los salarios han sido contenidos en
un nivel lo suficientemente bajo para poder elevar la tasa de ganancia. El temor o más bien, la incertidumbre que causó el
hecho de que el máximo líder sindical amenazara el año pasado con un paro general para exigir aumentos salariales, se
diluyó entre el jaloneo de tantos intereses que la “aristocracia sindical” mantiene con el gobierno y el control que sobre
aquélla mantiene el Estado.
Así, la clase obrera se encuentra sujeta y sometida a más de una fuerza explotadora: la burguesía
directamente y sus agentes; el Estado y los líderes sindicales, que los enajenan y alienan en la lucha de
sus propios intereses al conducirlos a firmar “pactos de solidaridad” que no son sino una burla para la
clase desposeída. El sindicalismo, sin embargo, está despertando de su gran letargo. Las políticas de
“shock” del actual gobierno han contribuido a ello. Y no deberá extrañar que dentro de poco, las bases
rebasen a sus líderes y la pelea, entonces, comience a ser más abierta y decidida.
GOBIERNO Y EMPRESA PRIVADA EN MÉXICO
1984 “Y los patrones lo quieren todo”. Tal vez con ésta frase, se logre reflejar un poco de lo que es actualmente
la agresiva posición que los grandes empresarios del país han tomado, en relación a las formas y mecanismos
de funcionamiento de la economía mexicana. Esta posición (acicateada por un Estado entreguista y reaccionario
y por un orgullo molido a palos por la nacionalización de la banca) parece no ser otra cosa, que una clara
reacción, reflejo de las interpretaciones del funcionamiento económico que han hecho los ideólogos de la
burguesía. A su buen saber, después de doce años de amplio intervencionismo estatal, la situación actual
prueba que éste es antinatural, que perturba el buen funcionamiento de las fuerzas del mercado y de los agentes
económicos y que lo que hay que hacer es dejar libres esas fuerzas y esos agentes para que, de manera
mecánica y milagrosa, nos conduzcan al equilibrio económico.
Nada más alejado y a la vez tan cercano a la realidad. Si bien es cierto que la crisis actual del país ha sido
producto en parte del amplio intervencionismo estatal, también es cierto que tal intervencionismo ha sido
únicamente promovido para favorecer a la clase que, desde la óptica burguesa, es quien con su esfuerzo y pujanza
impulsa el desarrollo del país. Resulta entonces paradójico, que la clase empresarial se dedique a declarar su
rechazo a un mayor estatismo, cuando ha sido éste, uno de los pilares más fuertes que han apoyado sus débiles
bases, su ineficiente funcionamiento y su evidente dependencia del capital extranjero.
De qué, si no, es producto, el escandaloso déficit presupuestal, el aterrador endeudamiento y la casi bancarrota estatal. No será
acaso, de la desmedida e irracional política de altos subsidios a los empresarios privados; bajos precios de productos y servicios
que produce el Estado como petróleo y electricidad; exenciones fiscales; etcétera, que permiten incrementar las ganancias de
dichos empresarios y que son medidas que se han venido practicando desde el llamado período de desarrollo estabilizador (esto
es desde el gobierno de López Mateos) y que bajo las mismas bases de “cooperación” Empresa-Estado, (que esconda la real
relación que existe entre el Estado y la burguesía, aquél como un instrumento de ésta) pero con otros tintes y situaciones se sigue
promoviendo.
Obviamente los empresarios lo quieren todo. Y así lo manifiestan. Y el actual gobierno inmerso en un proceso de
derechización parece empeñado en cumplir sus deseos. No por nada se reprivatizó el 34% de la banca nacionalizada, no
por nada se solapa la acelerada carrera alcista a los precios, se reprivatizan parte de las empresas estatales, se
fomenta la entrada de capital extranjero para resolver los problemas de la deuda externa privada, se contraen los salarios
para permitir mayores márgenes de ganancias y acumulación que favorecen un patrón de acumulación obsoleto e
ineficaz en si mismo y del cual nos queda la esperanza, obedeciendo a las leyes de la física, caiga por su propio peso.
INFLACIÓN EN MÉXICO: LA APARIENCIA DEL FENÓMENO
1984 A despecho de lo que muchos economistas argumentan, aluden o rehuyen decir, un hecho es cierto, el proceso
inflacionario ha desgastado nuestra moneda y por tanto su poder adquisitivo ha alcanzado, niveles sin precedente alguno
en la historia del México moderno. De 1978 a 1984 el índice nacional de precios al consumidor creció en un 714%, esto
quiere decir que lo que en 1978 se compraba con 100 pesos, hoy se compra con 714 pesos. El peso, ha perdido, pues,
siete veces su valor en tan sólo seis años; cuatro de los cuales fueron de euforia petrolera y desarrollo económico ficticio
y dos de extrema austeridad.
Este excesivo incremento de la inflación, no se ha correspondido, sin
embargo, con un crecimiento igual en los salarios, hecho por el cual, se
han deteriorado los niveles de bienestar de la población mexicana. Hay
quienes arguyen que gran parte de la inflación es ocasionada por la
elevación de los salarios. Este argumento es completamente infundado y
engañoso. De ser cierto, los incrementos de los salarios deberían ser
mayores o por lo menos iguales a los incrementos en los precios y eso no
es así.
Por otra parte, los salarios representan según investigaciones realizadas al respecto,
únicamente el 3% del total de gastos que tiene que hacer un empresario para pagar sus costos
de producción. Así, un incremento en los salarios, no incide de manera importante en el
incremento de los costos de producción y por tanto, no tiene tampoco por qué incidir en el nivel
de precios. La inflación, o lo que es lo mismo, el grado de aumento de los precios de los
productos consumidos, se deben a otros factores que son ocultados por los empresarios y
por el mismo gobierno, los cuales argumentan el aumento de los salarios como causa básica
de la inflación, con el fin de desviar la atención de las verdaderas causas.
Estas causas son de carácter estructural y se refieren, en primer término a la ineficiencia de la planta industrial, la cual carga a
los costos de producción y por ende a los precios el costo de mantener una amplia capacidad instalada que permanece ociosa,
ya que dichas plantas sólo operan al 40 o 50% de su capacidad. Un ejemplo claro es el de la industria automotriz. De igual
manera, en el campo, la incapacidad de quienes producen los bienes agrícolas de consumo básico, de satisfacer la demanda
de toda la población y toda la dispersión de los grandes productores hacia cultivos más redituables que el maíz, frijol, arroz,
etcétera, estrecha la oferta de dichos bienes y presiona los precios al alza, pues no hay producto más caro que el que no se
encuentra en el mercado.
Otra de las causas de la inflación, son los elevadísimos gastos de publicidad que realizan las empresas privadas con motivo de campañas publicitarias
para promover sus productos; gastos que son pagados por el consumidor ya que se le incluyen al precio. Así, por ejemplo, tan sólo en publicidad televisiva
de bebidas alcohólicas se gastaron en los primeros seis meses de 1982, 1,100 millones de pesos. Dinero que, como consumidor, usted pagó.
Sin duda, otro factor que eleva exageradamente los precios en el país, es el sistema de distribución de
los productos. La tremenda cauda de intermediarios cuya ganancia radica en comprar barato para
vender mas caro incrementa los precios sin agregar ningún valor a las mercancías y es ahí donde
radica la causa fundamental de la inflación: la no correspondencia entre valor de la mercancía y el
precio de la misma. Esta desigualdad es posibilitada por la existencia de amplios monopolios
comerciales que acaparan y especulan con los bienes de consumo básico de la población y lucran
con la miseria y el hambre del pueblo, en razón de la escasez de dichos productos. En épocas de
crisis esta inflación es aún más fuerte porque el incremento desmedido de los precios es el único
mecanismo que asegura una mayor acumulación de capital por parte de los empresarios ante la
presencia de una baja en la producción.
Así, la posibilidad de transferir cualquier aumento en los costos de
producción a los precios y la necesidad de ganancias de los
empresarios es lo que sobrepuja al alza a la tasa de inflación. Vemos
así, que la inflación no es ningún fenómeno de origen desconocido y
misterioso que además, no afecta por igual al obrero o al campesino,
que al rico empresario. Porque quienes se quejan de las peticiones
de aumentos salariales no saben que de 70 millones de mexicanos
que somos, 63 millones utilizan cuando menos la mitad de sus
ingresos para cubrir sus necesidades alimenticias, y la otra mitad la
tienen que repartir casi milagrosamente en gastos de vivienda,
educación, vestido y servicios médicos. Estas personas ignoran que
el 80% de los campesinos; el 30% de los obreros y la totalidad de los
trabajadores de la industria de la construcción perciben ingresos
inferiores al salario mínimo.
No saben esas personas, que el 5% de las familias mexicanas más privilegiadas acaparan el 25% del ingreso
nacional, mientras que el 40% de las más pobres, apenas perciben el 23%. Dejemos pues de culpar al “mugroso”
obrero y al “holgazán” campesino que son las víctimas económicas de nuestro sistema y víctimas morales y
sociales de nuestra ignorancia e incapacidad para explicarnos la realidad de nuestro país.
LA UNIDAD NACIONAL
1984 Un serio deterioro está sufriendo la base material de la economía
mexicana, cuyo efecto primordial está siendo la degradación de las
condiciones de vida material de miles de pobladores de nuestro país, a la
vez que se observa que la crisis se vuelve incontrolable porque el país
aparece desprovisto de una política de desarrollo que carece de las más
elementales propuestas de política económica que dé solución a los
problemas a largo plazo, puesto que la existente sólo se preocupa de
controlar los desequilibrios de corto plazo, paliando levemente una crisis
estructural que requiere para su solución de cambios que den nacimiento a
nuevas condiciones y nuevas circunstancias.
El presidente de la República ha hecho muchas veces el llamado a la unidad nacional para resolver en forma conjunta la
crisis y comprometer a todos los mexicanos a aceptar los sacrificios que esto implica, pero es bien cierto que no a todos
afecta igual la crisis; es cierto que el país está dividido en clases sociales determinadas por la posición que ocupa cada
mexicano en el aparato productivo. Unos son empresarios y otros obreros. Unos son dueños y otros no tienen nada. Lo
que para unos es bueno, para otros es malo, por eso la tan llevada y traída teoría de la unidad nacional es engañosa y
sólo provoca que el sector más poderoso económicamente imponga, a través del Estado su “proyecto de desarrollo”,
subordinando al mismo al sector más débil y obligándolo a aceptar sus condiciones y lo que es peor, bajo su propia
voluntad.
En 1940, ante el estallido de la Segunda Guerra Mundial, esta consigna de la Unidad
Nacional fue lanzada por el entonces Presidente Manuel Ávila Camacho, con el fin de unir a
todos los mexicanos en un sólo frente para combatir el avance del fascismo. Pactar la
Unidad Nacional sirvió para que el gobierno y empresarios obligaran a los obreros a
aceptar sus condiciones y así subordinar los intereses de estos en pro de los de aquellos,
argumentando que no aceptar sería ir en contra del interés nacional. No por nada en la
época de guerra se deterioró en un 50% el salario de los trabajadores, se intensificó la
explotación de la fuerza de trabajo, se amplió extraordinariamente la producción
manufacturera (gracias a una intensificación en el uso de la fuerza de trabajo o
sobreexplotación), se elevó a sus más altos niveles la acumulación de capital y el
movimiento obrero organizado recibió uno de los más duros golpes de los que incluso no
alcanza a recuperarse hoy.
Si debemos unir al país en un sólo frente, debe existir una idea
clara de lo que quiere y una equidad y justeza para que todos
salgamos beneficiados y no, en aras de un pacto nacional, para
salvar la crisis lesionar los intereses de las grandes mayorías del
país.
EL ’85 UN AÑO MAS DE CRISIS
1985 Un nuevo año brilla en el horizonte económico de nuestro país, sin embargo, no parece ser un año
diferente a los que hemos vivido últimamente. La crisis no cede y por el contrario parece agravarse. A nivel
mundial, los precios del petróleo están a punto de desplomarse y por lo pronto ya ocasionaron que el nivel de
producción petrolera de nuestro país disminuyera a razón de 100 000 barriles diarios, lo que ocasionará
necesariamente que las divisas dejen de fluir hacia el interior de nuestra economía y esto amenaza a su vez el
frágil equilibrio en el que se encuentra sostenido el pago de la deuda externa; hecho por demás peligroso ya que
obligaría al gobierno a adoptar medidas aún más dolorosas que las que toma actualmente.
Por otra parte, a nivel interno, la inflación sigue sin ceder. Se habla de una disminución relativa, de
un crecimiento de los precios cada vez más pequeño, sin embargo, por menor que sea la
realidad, sigue deteriorando los niveles de ingreso de la mayoría de la población e incrementando
con ello la inconformidad social y política. A su vez, amenaza también la estabilidad monetaria ya
que está provocando que nuestra moneda valga menos, cada vez más, en relación con el dólar,
prueba de ello es el incremento en el monto del deslizamiento de la paridad monetaria de 13 a 17
centavos diarios.
El gobierno hace esfuerzos desesperados porque la situación “no se le escape de las manos”, sin embargo, no
logra dar con el mecanismo que a corto plazo detenga la crisis estructural que tanto nos perjudica. Y es que cada
vez se nota más cómo las decisiones del gobierno en materia económica están favoreciendo a un sector
privilegiado de nuestra economía en detrimento de las grandes mayorías que soportan todo el peso de la crisis al
ver sus salarios desvalorizados en una grave afrenta monetarista que en su afán de equilibrar la demanda y la
oferta de bienes y servicios, y ante la imposibilidad de expandir la oferta, deprime la demanda a través de la
contención salarial, para, con ello, detener la carrera alcista de los precios.
Los mexicanos somos, sin embargo, más que una ecuación neoclásica y no nos tragamos la falacia que
se esconde tras la decisión del gobierno de vender buena parte de sus empresas (que al pertenecerle nos
pertenecen a todos), al sector privado tras la excusa de que con ello se quita una carga financiera al
gobierno, lo cual nos beneficiará el incremento del gasto público. La verdad es que esta reprivatización de
la economía obedece a los claros intereses económicos de los grandes empresarios a los cuales defiende
y ampara un gobierno que obstruye el bien común, y por ello es peligrosa y atentatoria contra el grueso
de la población pues desata un mecanismo que revierte la tendencia hacia una mejor distribución de la
riqueza, y en su caso, permite la mayor concentración de ésta.
O acaso cree usted que ¿un ciudadano común y corriente será beneficiado con esta medida?. Quién si no los grandes
empresarios que concentran en sus manos el poder económico tendrán la capacidad para comprar dichas empresas. Esta,
no es una medida democrática, aunque en el fondo lo parezca; es más bien una medida que posibilitará un mayor monopolio
del poder económico. Y esto es aún más cierto si pensamos que muchos de los compradores podrán ser empresarios
extranjeros quienes, además, han incrementado su flujo de capitales a nuestro país y de quienes sabemos, no han traído
hasta el momento mas que serias complicaciones y distorsiones a nuestro proceso de desarrollo.
El año 1985 no pinta nada bien en pocas palabras. Y refleja claramente en los aumentos de precios de
varios artículos básicos autorizados apenas en diciembre del año pasado, los aumentos en las
cuotas de las carreteras , lo que repercutirá próximamente en un aumento generalizado en casi todos
los artículos de consumo. Un paupérrimo 30% de aumento a salario mínimo que no compensa la caída
del valor que el dinero sufrió en 1984 y que no compensará la que tendrá en 1985 aunque se diga que
la inflación será de sólo 30%, porque la descompensación ha sido acumulativa. Nuestro gobierno
anda mal y de malas, aunque trate de maquillar la situación con retoques de confianza y alentadora
esperanza. El ’85 viene difícil, la crisis no cede, tal vez porque las medidas para solucionarlas no han
sido las más adecuadas, están muy lejos de ser viables con el gobierno actual. Con todo ello, el
desear un feliz año nuevo más que un deseo se ha vuelto una ironía. La historia dirá la ultima palabra.