Sor Juana Inés de la Cruz nació en un pueblito del Estado de México, Nepantla, el 12 de noviembre de 1648. Sus padres fueron Pedro Manuel de Asbaje e Isabel Ramírez. En la carta "Respuesta a Sor Filotea de la Cruz", Sor Juana narra cómo aprendió a leer a los tres años: A escondidas de su madre, acompañaba a su hermana mayor a sus clases, y surgió en ella un deseo tan grande de aprender a leer. La pequeña Juana aprendió rápidamente y a partir de entonces desarrolló un enorme gusto por el estudio. Juana Inés vivió un tiempo en Panoaya, con su abuelo Pedro Ramírez y, además de correr por el campo y jugar con los animales, se pasaba horas enteras disfrutando la lectura de los libros del abuelo.
Infancia
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Juana llegó a la ciudad de México en el año de 1660, se estableció con unos parientes de su madre quienes la mandaron a estudiar latín. En sólo 20 lecciones aprendió esta lengua, lo que le permitió leer los libros de filosofía y ciencia.Juana que se fijaba un límite de tiempo para aprender algo, y si no lo lograba se iba recortando el pelo, pues no le parecía "...que estuviese vestida de cabellos, cabeza que estaba tan desnuda de noticiaAl cumplir los 16 años, Juana Inés toma una importante decisión: en lugar del matrimonio decide ingresar al convento de San José de las Carmelitas Descalzas, ya que este camino era la única opción que tenía una mujer para poder dedicarse al estudio.
Dentro del convento Juana fue una monja devota y rigurosa con sus obligaciones, sin embargo, el estudio de la ciencia y las letras fueron siempre para Sor Juana "su mayor delicia". Esto le trajo constantes regaños por parte de su confesor, el padre Antonio Núñez de Miranda, quien pensaba que esto no era correcto para una monja. En el convento, Sor Juana desempeñó los cargos de bibliotecaria y encargada de la contaduría. En 1674, el virrey marqués de Mancera y su esposa regresaron a La marquesa procuró la amistad de la monja y la protegió siempre. Fue precisamente durante este periodo que Sor Juana produjo la mayor parte de su obra. De 1669 hasta 1693 Sor Juana vivió en el convento. Gracias a la protección de los virreyes, sus poemas fueron bien recibidos para los festejos y ceremonia oficiales, lo que le trajo beneficios económicos, influencia y prestigio. Su fama se extendió por toda España y América del Sur. El convento se convirtió, gracias a ella, en un salón donde se hablaba toda clase de asuntos: literarios, teológicos y filosóficos. Sor Juana poseía una gran cantidad de libros, se dice que tenía 4,000 volúmenes; además, poseía instrumentos científicos y musicales. Su celda era una especie de apartamento con varias piezas espaciosas, de altos techos, en donde cómodamente podía dedicarse a la lectura y el estudio.